EL CORZO Y SU SANTA MADRE

Página dedicada al corzo, su vida y avatares. También a narrar las satisfacciones que nos reporta a los que disfrutamos con la gestión de sus poblaciones, contemplando sus espantadas por el monte, o intentando darle caza de vez en cuando.

10 de abril de 2011

MI PENÚLTIMO FALLO

     Esta entrada no tendrá fotos, a no ser que sean de paisajes o amigos, pues lo que se dice de trofeos, no encontraremos ninguna. Así será porque lo que hoy relataré son mis fallos, en una relación que no pretende ser exhaustiva, pero que me ayudará a recordar aquellos lances que mi memoria, tan selectiva con los malos recuerdos, habrá pretendido olvidar y quizá ya haya olvidado.
     Mi último fallo aún lo recuerdo. Fue el pasado verano. Volví a Soria tras más de veinte años buscando un buen corzo, como los que allí existen. Conseguí dos permisos en Las Aldehuelas, uno para mí y el otro para Ambrosio. la zona de caza está tras pasar el Puerto de Oncala, en un valle que se abre hacia el Noroeste, flanqueado por decenas de aerogeneradores, en las cuerdas de las dos cordilleras que le delimitan.
     El coto, de unas 5.000 Hectáreas, según me dijeron, está en plenas tierras altas de Soria, con grandes extensiones de praderas en las que pastaban miles de ovejas y algunos corzos. Repartidos por el valle se van repartiendo pequeños bosquetes de rebollos, acebos y pinos silvestres, bien monoespecíficos, bien mezclados. Es una zona muy bonita, pues permite ver muy lejos, al ser tan abierta, aunque luego pueda ser difícil llegar a distancia de tiro de los animales.
     En fin, que llegamos un día de finales de julio del pasado año a Garray y tras recoger los precintos y conocer a Juanma, vecino de Las Aldehuelas, perrero y representante del coto, que nos enseñaría sus lindes, partimos hacia el mismo. Hacía mucho viento y no vimos nada. Al día siguiente por la mañana tampoco vimos nada y por la tarde vino a acompañarnos, además de Juanma, Tomás, la persona que nos había vendido los precintos. 
    Yo me fui con Tomás y Ambrosio con Juanma. Alcanzamos con su coche el final del coto, en donde, según me dijo, había visto un buen corzo días antes. Aparcamos en la base de uno de los molinos y sacamos el telescopio, que él llevaba, comenzando a registrar la ladera de enfrente, hacia abajo y todo lo que alcanzaba nuestra vista. Con los prismáticos descubrí un animal, bastante lejos, que andaba triscando entre un bosquete claro de pinos jóvenes. Al echarle el telescopio comprobé que era muy bueno. Se lo marqué a Tomás y me dijo que era el que ya conocía. 
     Salimos rápidamente a su encuentro. Primero fuimos con el coche hasta su altura, aunque por encima de él y después iniciamos el rececho hacia donde suponíamos que iría en su deambular. Al rato de andar y no verle, pudimos localizarle delante nuestro a unos ciento cincuenta metros, entre los pinos. El aire nos daba en la cara por lo que ya sólo nos quedaba esperar a que se pusiera a tiro.
     Yo no me suelo poner nervioso y ahora tampoco lo estaba pero, es cierto, que es una de las veces en las que más tiempo he estado observando a un corzo, esperando a dispararle, con el agravante de que, cada vez, se nos aproximaba más. Le tuve apuntado a unos cien metros, pero como el corzo parecía tranquilo y venía hacia nosotros, decidí esperar. El aire venía firme pero, por alguna razón, el corzo nos barruntó y despistado primero, vino hacia nosotros y luego, ya claramente buscándonos y ladrando, comenzó a rodearnos y a a unos cincuenta metros, al asomar andando detrás de un pino, decidí tirarle. Yo creo que le vi tan muerto, que lo fallé limpiamente. 
     Tomás no daba crédito a lo que había pasado y yo, mejor ni contarlo. Era el mejor corzo al que había disparado nunca. Tomás me dijo que, al menos, tendría 140 puntos. ¡Que se le va a hacer!. Como penitencia me tocó volver a Soria dos veces más, yo solo y al final, irme bolo. 
     Fue un 26 de julio vde 2010. Pues bien, si este ha sido el último fallo, ahora intentaré recordar el primero. Al primer corzo que disparé le di. Fue el que cacé en Sevilleja y que ya relaté. El segundo también cayó, fue el de Soria de 1987. Pero, a partir de ahí comenzarían los fallos. 
      Al tercer corzo lo tiré en Inglaterra, fallándolo. No parecía malo. Luego cacé dos pequeños. Ese mismo año, 1991, fallé otro buen corzo en Burbia, en los Ancares Leoneses. Durante tres años estuve de socio en Arroyos, en Los Yébenes. Allí fallé otro par de corzos, bien es verdad que no eran grandes, porque al mayor que vi, ese sí bueno, no pude dispararle. En los Ancares fallé otro corzo en 1997, aunque, en honor a la verdad, estaba demasiado lejos. 
     En Segovia he fallado otro par de corzos, por los imponderables de la caza. El primero por tener puesto el seguro y no quitarle. Al dar el cerrojazo, el corzo salió de estampida y le largué una bala que no tuvo otra consecuencia que retumbar por aquellos barrancos. Tres años después, en 1998, fallé otro corzo, este si, bueno, sin saber el porqué, pues estaba tranquilo, cruzado y muy cerca. Días después, al limpiar el rifle, pude ver que se había roto la fijación del visor, aunque no se había desprendido ni se notaba, pero se movía al disparo.
     Después he fallado corzos en El Emperador, Vallesú y Guadapero, cuando iniciamos nuestra etapa salmantina, que ya relataré y finalmente en Soria, como he contado. Es posible que me haya dejado alguno que ahora no recuerdo, pero, en cualquier caso, los que he relatado suponen el treinta por ciento de los corzos a los que he disparado, que no es poco, cuando casi siempre estamos disparando a parado, aunque, a veces, demasiado lejos.
     Espero poder seguir fallando corzos muchos años todavía.

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